¿Un documental sobre raperos de Mongolia? Ya no saben que inventar… Es lo que pensará más de uno leyendo la sinopsis de Mongolian Bling. Pero resulta que sí, que el hip hop pegó y pega fuerte en este país de apenas dos millones de habitantes, de los cuales uno vive en la capital. Este sorprendente hallazgo se lo debemos a un tal Benj Binks, que pasó por allí unas cuantas veces cuando trabajaba en el Transiberiano y debió flipar en colores al encontrarse a tipos con pantalones anchos y gorras de béisbol por la calle en vez de nómadas a caballo. Entonces se le ocurrió hacer esta peliculita, pequeña en medios pero enorme en corazón, sobre los orígenes y la presencia de esta cultura urbana en esas tierras. No debió de ser fácil: Su equipo estuvo cinco años siguiendo la pista a tres raperos representativos -el popular Quiza, la ascendente Gennie y el hardcore Gee- mientras descubría una nación cambiante y prácticamente desconocida más allá de la hierba que pisaba Genghis Khan.
Resulta sorprendente que el rap haya ganado tantos adeptos en un país en el que la influencia occidental ha sido relativamente tardía, tras el final del comunismo que supuso la revolución de 1990. Lo entendemos mejor al conocer los suburbios de Ulán Bator, equivalentes a los ghettos de la cultura gangsta en los que reina la miseria, la corrupción del poder que hay que denunciar o la necesidad de reivindicar una identidad nacional propia que se acople a esta música importada. O no, porque según uno de los maestros de la canción épica tradicional del país encontramos muchas similitudes entre ambas. A la postre, Mongolian Bling constituye un retrato no solo del hip hop que se hace en Mongolia, sino también de su historia, cultura, política y realidad social. Y al final de la proyección uno sale del cine bastante más leido, que es de lo que se trata. Por no hablar de lo que vas a fardar cuando comentes con tus amigos gafapastas lo mucho que molan un par grupos de rap mongol que acabas de descubrir.
Fernando Iradier.