Una de las principales vocaciones del género documental es la de meter la cámara en lugares invisibles, tan inaccesibles para el espectador como pueda ser el foso de un teatro. Siguiendo este principio, el salmantino Ricardo Íscar ha buscado radiografiar las entrañas del Gran Teatro del Liceo de Barcelona en un recorrido más allá del telón a través de sus instalaciones, trabajadores y sobre todo los músicos que conforman su orquesta sinfónica. El Foso pretende poner rostro a algunos de estos profesionales, anónimos en el colectivo de la orquesta, mediante una serie de miradas fugaces a su trabajo y vidas privadas, abandonando incluso el recinto del teatro para acercarse a otras realidades que allí han convergido, ya sean las propiedades terapéuticas de un árbol en Brasil o los recuerdos de un pasado difícil en Albania, China o Albacete. Evidentemente, la música es el elemento conductor de todas estas historias vitales, lenguaje y cultura común a todos los orígenes y nacionalidades.
Aunque todo esto está narrado de un modo innegablemente elegante, la película no consigue introducirnos del todo en la complejidad del montaje de una obra ni en las vidas de los músicos en los que la cámara se detiene. De hecho, la belleza y el lirismo de algunos de estos relatos -la fábula asiática del caballo convertido en arco del violín- contrastan con otros testimonios meramente anecdóticos, cuando no forzados. No obstante, sería injusto limitar los méritos de este documental de corte clásico al hipnótico baile de cables, focos y decorados, el ir y venir de personajes entre bambalinas o las muy disfrutables intervenciones de todos y cada uno de los músicos. Uno puede reconocer que hay mucho arte en esta función, aunque el punto de partida termine perdiéndose a lo largo de un metraje demasiado extenso y reiterativo. Como podría ocurrirle a alguien que acude por primera vez a una ópera, quizás a esa representación del Parsifal de Wagner que los músicos preparan a conciencia durante gran parte de la película.
Fernando Iradier.