Las primeras imágenes de este documental no pueden ser más reveladoras: nos encontramos en una de las numerosas ferias de discos de norteamérica, rodeados de miles de vinilos, en busca del primer y legendario disco del grupo “Big Star”. Todos los coleccionistas que aparecen conocen al grupo y al disco, alguno, henchido de orgullo, confiesa tener una copia del mismo guardada a buen recaudo en casa, pero nadie dispone de un ejemplar en venta. Este es el punto de partida de “Big Star: Nothing can hurt me”, Big Star son un grupo mítico, venerado por crítica y especialistas, pero es más fácil encontrar una reliquia auténtica de la cruz en la que murió Jesucristo, que una copia de su primer disco.
Una vez constatado que el primer disco de Big Star no es una leyenda urbana, que efectivamente existe, es cuando este fabuloso documental pasa a presentarnos a la banda (Big Star), su contexto (Memphis, Tenesse, hogar del blues, cuna del rock ‘n roll), y su música (un rock sorprendentemente etéreo, melancólico, y casi pastoral, inaudito para su época). Cualquier otro documental se hubiera quedado ahí, y todos satisfechos. Los conocedores del grupo, obviamente, que disfrutarían con la historia y la música de uno de sus bandas favoritas; y los neófitos (como es mi caso) que conocerían una historia apasionante, y a un grupo muy a tener en cuenta. Pero este documental va mucho más allá. En primer lugar por la componente trágica de la historia de Big Star, su historia es la historia de un fracaso, la historia de un grupo que entusiasmó a todo aquel que tuvo ocasión de escuchar su música, pero que nunca llegó a nada con ninguno de sus tres extraordinarios discos. E incluso conoceremos en detalle la posterior carrera de los malogrados miembros de este grupo verdaderamente maldito. Y aún hay más…
Porque de hecho, el verdadero meollo de esta película no esta en la historia de Big Star, ni la trágica historia de sus miembros, ni la enorme significación que la música incluída en los tres discos de Big Star han tenido en las generaciones futuras de músicos norteamericanos. Los verdaderos protagonistas de esta película son los periodistas musicales que descubrieron la música de Big Star, e intentaron reivindicarla y revelársela al gran público. Y más precisamente, esta es una película sobre la epifanía, sobre el auténtico “síndrome de Stendhal” que embargaba a los jóvenes periodistas que tuvieron la fortuna de toparse con la música de Big Star, y cuyos testimonios, algunos visiblemente conmovidos al recordarlo, abundan a lo largo de este documental.
“Big Star: Nothing can hurt me” es una película triste, pero luminosa. Narra con cariño y detalle la historia de un grupo venerado por la crítica, e ignorado por el público. Los sinsabores, la frustración, y las inevitables tensiones que acabaron con la disolución del grupo, y que lastraron la posterior carrera de sus miembros, como si de una antigua maldición faraónica se tratara. Pero lo hace intercalando los testimonios de varios de aquellos periodistas, que un día que nunca olvidarán, pusieron en su tocadiscos un vinilo que les cambió la vida para siempre.