Retomamos el pulso de este pequeño espacio (¡Hola!) para recordar y mantener vivo el espíritu que lo creó. Ese pequeño impulso que sentimos ante ciertas y pequeñas muestras de arte y que nos empuja a contarlo, defenderlo, difundirlo y, si la cosa llega a mayores, componer o construir bajo ese fogonazo especial.
Claro que, cuando uno cae en la cuenta que la reseña del blog oficial comienza de la mejor manera posible (“Créanme, no les interesa que yo les cuente nada de esta película. Cuanto mayor sea su desconocimiento sobre la misma, más disfrutarán con la experiencia.”), bien podría dejar la crónica aquí.
Pero el duende sigue ahí, queriendo que hables, que aplaudas e invites a la gente a verla – este mes llega a las salas convencionales, Avalon mediante- remarcándoles que nunca, jamás, ni de coña, quieran saber de qué va la peli, ni cómo se desarrolla, a riesgo de perder cierta alegría en el paladar. Que defiendas que, como en “La Casa Emak Bakia”, el camino es más importante que el fin.
Que les digas, eso sí, que al menos en “Sugar Man”, Rodríguez estuvo más cerca del atractivo malditismo –cuerdas mediante- del Nick Drake de “When The Day is Gone” que del Bob Dylan que comenzó tocando en graneros para ir subiendo peldaños. Pero esta no es una película de despachos, sino de anónimos amantes de la música
Porque las mejores opiniones no son las de cantantes famosos ni productores pasados de botox (que siempre esperan una resurrección en forma de monedas en el banco), sino de gente de la calle, obreros de paleta. Que antes de la globalización ya existía la pérfida industria, pero también esos impulsos locos de remover el mundo por un poco de azúcar musical. Que la vida son casualidades, misterios y una sana humildad. Gracias a ello, este paseo vital es más llevadero.
Y que, por cosas como este “Searching for Sugar Man” fílmico, aquí seguimos y aquí seguiremos. Nosotros y, me aventuro a pensar, el festival Dock Of the Bay que nos permitió ver esta película