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- 11 enero, 2014 -

“Los Wild Ones” por Fernando Iradier

A no ser que ustedes se muevan en la onda de los Hi-Risers o frecuenten el Screamin’ Festival de Calella, es bastante probable que nunca antes hayan oído hablar de Omar Romero, Gizzelle o Luis and the Wildfires. Son algunos de los músicos que apadrina Reb Kennedy, irlandés emigrado y orgulloso propietario de Wild Records, un modesto sello discográfico afincado en California, especializado en rockabilly e integrado principalmente por artistas de origen mejicano. Ahí es nada. Pero la realidad nunca es como en las películas. Estos nuevos rebeldes sin causa no viven al margen de la sociedad subidos a una Triumph. Tienen hijos que mantener, facturas que pagar y trabajos que compaginan difícilmente con ensayos semanales, sesiones de grabación y giras por tierras europeas. El pegamento milagroso que mantiene unidas estas malogradas carreras musicales no es otro que la sacrificada labor de su jefe -mentor, amigo e incluso padre-, un tipo chapado a la antigua pero con unas ideas muy claras en la cabeza.

Los Wild Ones es un film con varias capas. Una primera, epidérmica, se centra en ese sorprendente conglomerado de artistas hispanos imbuidos por la cultura y la estética norteamericana de los años cincuenta, un viaje al tiempo de los tatuajes, el Cadillac, los tupés y las pin-ups. Por debajo está el estudio de una compañía regida por unos valores que también pertenecen a otra época, los de la gestión artesanal y el control absoluto de todos los aspectos de la producción musical. Pero en lo más profundo de este trabajo se esconde un retrato de personajes que se va imponiendo poco a poco al del documental musical. Lejos de idealizar la estrecha relación que une a Reb con sus protegidos, la directora Elise Solomon termina desnudando la intimidad emocional propia de una familia, un fresco de relaciones adoptivas que terminan confluyendo con las de sangre. Es una mirada agridulce, quizá la del perdedor sin remedio, con sus grandes fracasos y pequeños momentos de gloria. Pero una mirada honesta, al fin y al cabo.